Sólo se oyen ladridos de un silencio lejano, inspiro aire saturado de incomprensión, de dudas ásperas, mientras me limito a perder la mirada en la brisa del agua salada. No oigo nada, no logro adivinar la temperatura que acaricia mi piel ni sé porque lo intento, estoy relajada en este paréntesis efímero, pensando sin pensar, buscando algo dentro de mi que no puedo hallar ni derramar lágrima negra que me amenaza constantemente. Noto algo puntiagudo que surge de la nada y me hace temblar el alma, no es amor, no es dolor, es dulce venganza de una ola de recuerdos enfermizos que no se borraron en el bar sino que resurgen cada crudo amanecer. No entiendo porque agradezco ese pecado que siento ni porque ansío a darle la mano a la muerte, solo que disfruto planeando sufrimiento mientras me acompaña el humo de un cigarro arrugado, lo inspiro fuertemente hasta dolerme, mientras deseo que ese beso diabólico vuelva a rozar mis labios. Ahora aspiro todo ese aire y vuelvo al mundo y todos eso eternos sentimientos que me bombean con fuerza, que me descubrían, se reducen y quedan impresos en mis venas para volver a resurgir, por ahora me contengo pero sé que algún día la ira derramará sangre por mis ojos y ese músculo latente suspirará. Se que no me merezco la luna pero tampoco arañazos de tormentas.